jueves, septiembre 21, 2006

Backstage

Se levantó de la cama de un salto agitado. El ambiente era el mismo, las paredes la cuidaban, la ventana le hacia respirar, el espejo la mataba. Era su fiesta de quince y entonces se probó el vestido. El vestido más hermoso del mundo y enseguida el trapo de tela más horrible sobre su cuerpo. Un cuerpo armonioso y pretendido que se miraba a si mismo, una buena cintura y unos pechos firmes, unos ojos negros que miran y se miran y desenfocan y se acercan más y más y golpean contra el vidrio. Unos párpados cansados que ceden lentamente y se cierran aplastando las lágrimas.
Volvió entonces a la cama. Ya era tiempo de volver a soñar un poco y de levantarse agitada y abrir la ventana para respirar de nuevo. Camila se sentó un rato a pensar y decidió ir a la cocina porque hacía mucho que no iba. Sacó una tarta vieja de la heladera, miró el horno y la calentó al fin en el microondas (siempre comía viendo la televisión). La propaganda llegó justo cuando terminaba su último bocado así que aprovechó ese tiempo para ir al baño. Antes de sentarse en el inodoro sabia que iba a mirarse un ratito al espejo. Estaba bastante bien. Salvo un poco el maquillaje que enseguida empezaba a corregir con sus dedos de seda recorriendo la mejilla. Las pestañas se veían bien, al igual que las cejas. Ya podía sentarse y orinar tranquila. Mientras tanto aprovechó para recortarse un poco las uñas y también pintarlas (cuando terminó se levantó y se lavó las manos). Alzó un segundo la cabeza sabiendo que tal vez sería algo más que un segundo. Se vio fea, se acomodó el pelo y se vio aun más fea, corrió el maquillaje y se convirtió en un monstruo. Empezó a sentirse sucia y así no podía presentarse en su fiesta de egresados. Entonces abrió urgente la ducha y fue a continuar viendo su programa hasta que saliera el agua caliente. Ya había terminado, pero era lo mismo, había otro.
Una vez en la ducha se sintió mejor. El fuerte chorro le acariciaba los hombros, la sonrisa, la carcajada llena de gotas de alegría, escupía, cantaba, estrujaba la esponja. En medio del silencio tormentoso del baño sonó el teléfono. Y siguió sonando como en un cuarto vacío. Al fin limpia corrió la cortina y salió apresurada con los ojos cerrados para evitar el espejo. Ahora un ratito de tele antes de ir a dormir, estaba muy cansada.
Camila se despertó de un brinco, agitada. Escuchaba voces que venían de afuera del cuarto que la nombraban. Era su madre que la llamaba para el almuerzo, aduciendo que ya estaba toda la familia reunida, que la comida se enfriaba, que siempre lo mismo. De todos modos ya era hora de levantarse, había dormido suficientes horas. Hoy era el día. Bajó las escaleras de madera amarrándose fuerte de la baranda mientras pensaba que tal vez en la noche conocería a algún chico. También pensaba en si el vestido rojo que había elegido para el casamiento no era demasiado vistoso y si podía opacar el de la novia. Pensó en ello hasta que se metió un bocado de pollo con arroz.
Entre la niebla estaba el resto de la familia, almorzando. Igualmente ella les podía hablar, pedirles la sal, reírse de los chistes, servirse más comida. Cuando pudo escapó. Escuchó los mensajes del contestador, pero no había, abrió su correo electrónico y tampoco había respuestas. Quizás en media hora.
Mientras arrastraba sus pies por la alfombra que la llevaba a su cuarto, buscó sigilosamente su reflejo en la ventana. Necesitaba ir al baño. A pesar de todo entraba bien predispuesta, sabiendo que sólo iba a mirarse un rato al espejo, que iba a acercarse y a descubrir sus ojos huecos mirando unos ojos tristes, que iba a inventarse nuevas arrugas en la frente y canas en el pelo. Pero ya era la hora, nada tenía solución, salvo secarse las lágrimas y rezar. Ya se sentía mejor.
Bajó las escaleras de madera paso por paso hasta el último crujido, agarrándose de la baranda. Del techo caía la luz dicroica sobre Camila. Ella caminó hasta la puerta de entrada, agarró su bastón y metió las llaves en la cerradura. Hacía mucho calor y el aire era pesado. Giró sus dedos de crema y una gota de sangre comenzó a chorrearle por la mano. La puerta se abrió y Camila salió a comprar el pan una tarde de sol de primavera.

2 Comments:

Blogger Garufita said...

Este cuento es perfecto. ¿Qué otra cosa querés que te diga?
Ah, sí, mi interpretación graciosa: Camila es un muñequito de torta. Por eso siempre está en esas fiestas y por eso tiene crema en los dedos.

01:55  
Blogger Garufita said...

Ah, y algún día haré ese dibujo en serio y podrás ponerlo ahí, en vez de ese boceto feo viejo y olvidado.

01:56  

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